Contratamos la misma masía de l’Empordà, un establecimiento de turismo rural que cuenta con una amplia cocina para trabajar a gusto, un comedor con mesa imperial, y un generoso salón de juego que hace la función de sala de espera.
Cuando algo funciona mejor no lo cambies, por lo que hemos organizado exactamente el mismo concurso. Las parejas vinieron de casa con los ingredientes comprados. Tuvieron que demostrar que no se habían gastado más de 25 euros para crear 10 unidades de cada pincho. Un sorteo determinó el orden de acceso a la cocina durante la mañana y la tarde. Turnos de máximo 1h y 30 min. El resto del grupo esperaba su turno jugando a las cartas, paseando por el campo o dando una vuelta en bicicleta.
Llegó la hora del concurso, todos a la mesa. Fuimos sacando las tapas según otro sorteo, así que nadie sabía de quién era cada creación (secretamente almacenadas por la organización). Entre pincho y pincho las parejas votaban tres conceptos: originalidad, presentación y sabor.
Luego sumamos los resultados y ofrecimos una clasificación final, un resultado que no tenía la menor importancia, lo realmente notable ha sido la gran cohesión y ganas de pasarlo bien que había en el grupo.
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