
En el verano de 1865 llegaron a Logroño dos científicos franceses apellidados Lartet (padre e hijo). Su intención era investigar si las cuevas de la península habían sido habitadas por humanos contemporáneos de los grandes mamuts, bisontes, osos gigantes y dientes de sable. Les indicaron que la mejor zona para buscar era la llamada cueva Lóbrega, muy cerca de Torrecilla en Cameros, a media hora de Logroño.
Por nuestra parte, el objetivo era conocer las bodegas de La Rioja Alta en la localidad de Haro, pero creímos conveniente ganarse la comida haciendo antes algún esfuerzo. Así que por la mañana contratamos a un guía de montaña para que nos guiase por la mencionada cueva, una ruta de espeleología de moderada dificultad, apenas 5 kilómetros de distancia en ruta circular que se realiza en un par de horas. A pesar de ser cuevas fácilmente visitables, la visibilidad es escasa y el suelo puede estar húmedo y resbaladizo, por lo que es imprescindible ponerte en manos de profesionales que extremen las precauciones.
Mientras te arrastras y gateas por estrechamientos y galerías, el guía nos explicaba las evidencias halladas del Neolítico: cráneos, huesos, restos de animales, vasijas… es absolutamente imposible no dejar de imaginar cómo vivieron nuestros antepasados.
Y por la tarde el premio gordo, la deseada visita a una de las bodegas favoritas de mi padre, La Rioja Alta SA, de la que fue fiel cliente y miembro del Club de Cosecheros, adquiriendo caldos exclusivos que no se podían comprar en el mercado, una afición que ha sido heredada con mucha pasión por sus hijos.
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