Mi padre era un clásico, desde muy joven le escuché su teoría de que el tinto debía ser de la Rioja, el rosado de Navarra, y el blanco del Penedés. Y así me inicié en el vino a través de los buenos caldos que se hacen en estas tierras.

Lo que pasa es que con el tiempo quise profundizar y en mis cursillos de iniciación aprendí un par de cositas muy básicas:
1º se hace vino en casi todas las partes del mundo
2º lo que a ti no te guste puede ser del agrado de otro, por lo que evita decir que un vino es malo.

Así que, con el paso de los años, uno aprende degustando los caldos de las tierras que visita, ya que son la perfecta combinación de la tierra, la tradición y la cultura de esa zona, lo que se conoce con el término “terroir”.

Sin embargo, reconozco que me hizo muchísima ilusión cuando la semana pasada nos solicitaron organizar una cata exclusiva de Rioja, fue como volver a aquellos inicios, aquel apego novel por el mundo vinícola, aquel deseo de emprender en la más clásica de las D.O de nuestro país.

Y si encima, nuestro cliente, que es un habitual de cada año, nos invita a participar como uno más del equipo, pues aquí me tenéis disfrutando y educando mi paladar gracias a la pericia de un experto en esta clásica y maravillosa zona.

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